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Avidos lectores y gustadores del "Quijote", de ese libro máximo que cada lector digiere de una forma diferente; cuyas nuevas lecturas nos descubren cada vez una nueva novela; que encierra en sí mismo tantas novelas distintas como distintos son los lectores; lectores, en suma, que leemos y releemos el "Quijote" con devoción y recogimiento y nos sorprendemos ante la extraordinaria declaración de modestia que Cervantes nos hace en el prólogo de su Obra que figura, asimismo, impresa en un azulejo que pueden leer los visitantes de la histórica cueva de Medrano, en Argamasilla:

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"¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mio, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?"

Modestia que se hace también patente, cuando, más adelante, se titula padrastro y no padre de Don Quijote, al atribuir la paternidad de su admirable obra a un fingido Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo imaginado por Cervantes, de nombre deliberadamente irónico y alusivo a esa hortaliza tan manchega que es la berengena.

En medio de esta feria de vanidades,que es el mundo en que vivimos, resulta chocante que tan insigne talento careciera de todo atisbo de arrogancia o altivez, habiéndose caracterizado, en cambio, por una corrección ante la adversidad, las envidias y la maledicencia, de que no supieron hacer gala muchos de sus eruditos coetáneos.

"Tonifica esta grandeza, este cervantino desdén por el éxito", comenta Ramón de Garciasol más Cervantista que quijotista, al contrario que Unamuno, estudioso de la grandeza de un hombre, cuya vida vale tanto como su obra.

Todas las grandes figuras de la literatura mundial han reconocido, unánimemente, a Cervantes, como el mejor y más genial novelista que haya existido. "Corresponde a los españoles la gloria de haber producido la mejor de las novelas, y a los ingleses, la de haber alcanzado la cumbre en el drama", declaraba Carducci. Cervantes, Shakespeare y Goethe, constituyen -en opinión universalmente aceptada- el triunvirato que alcanzó la cima en las tres formas del género poético: la epopeya, el drama, y la lírica, respectivamente y fue Flaubert quien confesó: "Reencuentro mis orígenes en el libro que conocía de memoria antes de saber leer: DON QUIJOTE"

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