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y ello permitía a Don Quijote dedicarse con fervor al ejercicio de la caza, en compañía de su galgo, y abastecer así su modesta despensa con los palomos, las liebres y las perdices abatidos, que suponemos entregaría al ama, o a su sobrina, cuando al caer la tarde regresaba al hogar. Nos imaginarnos a Don Quijote, el cuerpo molido, dejándose caer en su sillón de siempre, para reanudar, a la luz del velón, la lectura de sus libros predilectos.

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La cetrería estaba ya en desuso. El reciente invento de los perdigones hacía posible el uso de rudimentarias escopetas, -sucesoras del arcabuz y el mosquete- como nuevas armas para la caza. Las nuevas armas de chispa y pistón pasaban a sustituir a las ya superadas de mecha. Esto hace presumir que nuestro caballero debió de practicar la caza con la ayuda de la nueva arma y, por nuestra parte, podríamos jurar que mientras leíamos absortos la novela, hemos "visto" a Don Quijote, saliendo al campo montado en Rocinante, y llevando recostada al hombro su escopeta.

Todo ese mundo y esas costumbres, tiempo ha perdidas para aquellos que habitamos las ciudades, nos traen inevitablemente a la memoria -aún sin tener en nuestra mano un "puño" de bellotas-, el célebre discurso que Don Quijote pronunció ante los cabreros, acerca de la mejor calidad de los tiempos que se fueron:

..."Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados(...)...los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío (...)...a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la feliz cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas (...) ...Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aun no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre...

Cada pasaje del "Quijote" Contribuye a que vayamos dibujando en nuestra imaginación -pincelada tras pincelada- ese universo único y magnífico de la Mancha; de la Mancha enseñoreada por Don Quijote. y esto a pesar de que Cervantes se abstiene de describírnosla con la palabra escrita, para hacerlo de una manera mucho más sutil: con el misterioso mensaje que yace, subliminalmente escondido, en el espíritu de cada una de sus páginas.

La magia de su Obra consiste en su virtud para llevar a nuestro convencimiento, que hemos leído mucho más de lo que efectivamente está en ella escrito.

 

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